18 de enero de 2009

50 años de utopía : La Sonora Matancera



el Son de LA SONORA MATANCERA


Si el rock and roll tiene en los fabulosos Beatles al mejor exponente del genero, el son caribeño tiene a la legendaria e inmortal Sonora Matancera como el mejor prototipo de lo que es un grupo musical. Ambas bandas irrepetibles e inigualables. Así pasen más de mil años, muchos más.





La música que acompañó en sus correrías de amor y de suspiros en los años de juventud a nuestros abuelos y nuestros padres, la música que enamoró más de una mujer, el son endiablado, el baile prohibido, el ritmo voluptuoso y la murga que reventó más de una década. Sigue encadilando a los románticos de corazón, a los que llevamos el sonar del bongó y las maracas grabadas como tatuajes en el sonar de nuestros gustos musicales.



Cuantas veces me he quedado clavado en un bar, hasta altas horas del amanecer, después de escuchar cantar esas crónicas urbanas y personales a Bienvenido Granda, Daniel Santos, Celio Gónzales, Alberto Beltrán, Bobby Capó, Nelson Pinedo... y experimentar esa sensación de complicidad en la perfidia de los versos más crueles. Canciones que son socialrealistas, melosas como las novelitas de Corin Tellado pero superarchimejores, claro está, pero con el mismo efecto: salpicar alguna lagrima negra o quizás algún suspiro del alma y llenar el vaso una tras otra vez. Y comprobar nuestra patente condición vulnerable ante la ausencia de una mujer.


«Aunque me cueste la vida... sigo esperando tu amor... Te sigo amando, voy preguntando, donde poderte encontrar...». Alberto Beltrán.


La ciudad era Matanzas, el día 12 de enero de 1924. El salón era el número 41 de la calle Salamanca, en el barrunto Ojo de Agua. Cinco muchachos, bajo la dirección de Valentín Cané, subieron al escenario a tocar lo que mejor sabían; combinaron notas musicales soplando sus trompetas con vehemencia y ardor, como cuando se besa una mujer después de mucho tiempo. El resultado: un eco de sonoros aplausos y la pregunta de rigor ¿quienes son esos chicos?. Esos diablos que tocaban la fusión de ritmo llamado: afrocubano, era el «Conjunto Tuna Liberal». Las presentaciones seguían, noche tras noche, fueron aumentando los integrantes así llegó a la agrupación Carlos Manuel Díaz, «Caito», y el conjunto cambió de nombre a «Septeto Soprano».
Pero el día de su suerte, como cantará Lavoe, llegó cuando se integró al grupo un guitarrista enjuto y callado llamado Rogelio Martínez, que le inyecto esa vitalidad y son que le faltaban para el despegue final. Se cambió de nombre a «Estudiantina Sonora Matancera» para, tiempo después, quedar simplemente como «Sonora Matancera».

La provincia de Matanzas y sus alrededores quedaban chicas para estos muchachos, cierta mañana empacan bártulos y partituras, trompetas y bongó para encaminarse hacía la capital del país y del ritmo: La Habana. Allí todas las orquestas tenían el formato de Charanga, por eso cuando llega la Matancera y sus innovaciones, tiunfan sin parangón: Las trompetas que sonaban al unisono, maracas, cuatro guitarras, tambores africanos, el guitarrón de bajo y el curioso bongó con baquetas, que sería el antecesor del timbal. Pero sobre todo estaba el parejito grupo que habían formado. Valentín Cané, que tocaba el tres cubano, Carlos Díaz «Caíto», cantante y dueño de las maracas; Rogelio Martínez, tocaba la clave y cantaba; Pablo Vásquez «Bubú», en el bajo; Ismael Goberna, en la trompeta; Manuel Sánchez, como timbalero. A ello se sumaban cuatro guitarristas: José Valera, Julio Gobín, Juan Bautista Llopis y Domingo Medina.

El publico caía fulminado desde que la Sonora subía al escenario, el ritmo típico de la banda se hizo demasiado popular por toda la isla, como quinceañera que se pone por primera vez escote y es el hablar de todo el barrio. Los empresarios, esos despreciables seres pero necesarios, los auspiciaron en la RCA Víctor que editó los temas «La tierra del fuego», «De oriente a occidente» y «Las Cuatro estaciones». Así nacía la leyenda.

Corrían los años cuarenta y lo mejor estaba por venir. Lo malo: afectado por un asma cardiaco, se resquebrajó la salud de Valentín Cané, debía de dejar las correrías, las amanecidas y sobre todo el ron cubano y regresar a respirar el aire puro de Matanzas. Al quedar acéfalos se decide designar al pequeño y taciturno Rogelio Martínez como su nuevo director. Éste logró imprimir un nuevo concepto del profesionalismo y de disciplina del trabajo, que resultó fundamental para la esencia musical del grupo. Con el genio musical de don Rogelio Martínez «La Sonora Matancera» llegó a convertirse en la leyenda que es. Fue él, con su talento especial, y ese algo que los elegidos tienen, quien supo escoger vocalistas, músicos, compositores y arreglistas que harían de la Matancera la agrupación más influyente e irreemplazable en toda la historia de la música latinoamericana, y porque no, del mundo entero.

Dos ejemplos claros del ojo clínico de don Rogelio son.
Uno: Daniel Doroteo Santos Betancur, era un boricua impaciente, bronquero, bohemio empedernido, barruntador, mujeriego, naufragaba en ron asidos al mástil de una botella y con una maravillosa voz. Una mañana llegó a Cuba y en la noche ya estaba borracho, en el local cantaba la infinita Sonora, en un arrebato y lanzando improperios al cantante Daniel intenta subir al escenario, pero es detenido por dos macizos morenos. Él les explica que no va ha pegar a nadie, solo le va ha enseñar a cantar al tipo. Es bajado a empujones y conducido a la calle. La orquesta sigue tocando pero Don Rogelio baja del escenario, y va hacia la puerta detiene a los morenos e invita un trago a ese muchacho insolente. Después de un momento Daniel estaba arriba dando el tono para que la orquesta le siga. Canta un bolero, con sentimiento, con el sentir de los que han nacido para sufrir; acaba y se va a la barra ha seguir bebiendo. Era de madrugada cuando don Rogelio Martínez lo invita ha integrarse a la Sonora Matancera, era 1948 el feliz matrimonio empezaba.

Con el portorriqueño Daniel Santos la inmortal Sonora Matancera se encumbraría hasta límites nunca antes vistos en el mundo de la música caribeña. El Inquieto Anacobero, el Jefe, vaso en alma de cristal, patriota de todas las patrias (menos de una, la que domina su patria), zarza que ardió por consumirse, señor de la caída en el pecado, el profeta Daniel Santos grabó con la Sonora Matanceras perpetuos himnos urbanos: En el juego de la vida, sin reserva, amor del alma, la amnistía, el preso, el mambo es universal, perdón, la número cien, hoja seca, el último adiós... y demasiadas otras.

Ejemplo Dos: don Rogelio en una de sus presentaciones conoce a una morenita delgadita, callada y antiestética, que le dice que cantaba y que quería ser una de las voces de su famosa sonora. Don Rogelio le hace cantar a capela, sin acompañamiento. La morena da el tono y se queda, le pregunta su nombre y ella dice llamarse Celia Cruz. Deciden grabar un disco pero los directivos de la disquera Seeco, su nueva casa musical, dicen NO, rotundo y callado. Rogelio Martínez dice que ella es la voz que buscaba y que si no graba, se va en busca de una nueva disquera y la Seeco se va al coño. Al final los directivos dan su brazo a torcer y Celia graba. Temas inmortales en la, hoy, «Reina Rumba» son: El yerberito, Ritmo, tambó y flores, Melao de caña, Vamos a guarachar, Mata siguaraya, Angelitos negros, Cao, cao, maní picao...

Otras voces que hicieron grande a la Sonora en los años 40 y 50, la verdadera época de oro, son: Leo Marini (maringá, fichas negras, dos almas, rico cha-cha-chá...), Bienvenido Granda «el bigote que canta» (vagabundo, yo vivo mi vida, angustía, no toques ese disco, amor de la calle, aventurera, pecadora, hipócrita...), Celio Gónzales «el Satanás de Cuba» (total, quémame los ojos, no me engañes más, el rey del amor, intruso corazón...), Carlos Argentino (ave maría lola, en el mar, ulelolaí-lolaí...), el genial Bobby Capó (piel canela, así son los quereres...), Nelson Pinedo (yo me voy pa’ La Habana, hoy lo niegas...), Alberto Beltrán (aunque me cueste la vida, el negrito del Batey...), Carlos Díaz «Caíto» (can, caneito can, cualquiera resbala y cae, con maña si...), Vicentico Valdez (los aretes de la luna, las perlas de tu boca, envidia, algo hay de ti, voy a apagar la luz...), Mario Muñoz «Papaíto», Pedro Knignt, esposo de Celia Cruz, Dámaso Pérez Prado «la foca», Lino Frías, Ismael Miranda... y tantos otros que pasaran a la historia de la música.

El año de 1960 la historia de la Sonora Matancera cambió radicalmente. A pocos meses del triunfo de Fidel Castro, los integrantes de la Sonora temen que sus aspiraciones musicales puedan estancarse, ya que Nueva York era su máxima plaza, y el nuevo régimen esta contra los del norte. Así salen de Cuba el 15 de julio de 1960 para una gira por México y Venezuela, terminada la gira toman una extrema y radical decisión: Nunca más regresar a la isla. Después de unos años de estar en México, eligieron Nueva York como su nuevo hogar y centro de operaciones.

«En 1962 me puse en contacto con Catalino Rolón e hicimos un contrato para tocar en el Palladium de Nueva York» -refiere Rogelio- «Cuando se terminó el contrato me pregunté qué iba a hacer, porque yo no sabía inglés. Mi habitación daba a Broadway y fumando y preguntándome me dije: ‘Mira Rogelio, si quieres te puedes quedar aquí en Nueva York, pero con una condición: tienes que comenzar tu carrera de nuevo’. Cuando me dije eso me cayeron dos lágrimas que si hubiera sido puñales me hubiesen matado, pero no había otra salida y mírame: aquí estoy todavía», cuenta el legendario director de la Matancera en un entrevista que le hizo el colombiano Umberto Valverde en su libro «Memorias de la Sonora Matancera».

Rogelio Martínez murio el 2001 a los 96 años de edad, muchos de sus legendarios cantantes y músicos han ido muriendo, del grupo inicial don Rogelio fue el ultimo en irse y el 16 de julio del 2003 se fue Celia Cruz, cerrando asi una etapa maravillosa... «Se van ustedes y yo me quedo. Seguiré peleando y moriré con las botas puestas. Para atrás ni para coger impulso», declaró don Rogelio cuando falleció Carlos Argentino. El tiempo ha pasado pero la música de la inmortal Sonora Matancera continua, aunque sea un mal remedo de la fabulosa orquesta de los 40s y 50s; en 1993 grabó su último disco, «De nuevo México», en Nueva York para Wea Records, y destacan «Yayo» el Indio, el «Baby» Rodríguez y en los coros Adalberto Santiago.

La Sonora Matancera es sin dudarlo una de las más grandes orquestas a nivel mundial. A pesar de que al salir de la isla no volvió a ser la misma. Según Teobaldo Garrido: «Al salir de la isla, la orquesta perdió la ícubaníaní que se sienten en los ambientes de La Habana. Una cosa era grabar entre bambú, barro y madera, y otra en los estudios neoyorquinos». El 12 de enero de este año se cumplió 85 años de su fundación. la Sonora ya no sonea, pero el son de la Sonora Matancera esta hecho para perdurar. Como las Pirámides egipcias, como una maravilla más de la humanidad.

No hay comentarios.: